Carlos Robles
6 de diciembre de 2025

Encontrar alojamiento en julio y en Palma a un buen precio es casi imposible. Tenía que
pasar unos días en la ciudad y no había manera de conseguir algo razonable. Fue entonces
cuando recibí un mensaje de Alberto, un amigo de la infancia con quien apenas había
hablado en los últimos quince años: “¿Quieres dormir en el dojo?”. Me sorprendió, pero
también me pareció una buena oportunidad para reencontrarnos.
Alberto y yo compartimos una pasión desde pequeños: las artes marciales. Pasábamos
horas viendo películas, practicando movimientos y soñando con ser como nuestros ídolos.
Hoy, él es sensei de karate Goju Ryu, y sigue completamente dedicado a ese mundo.
Dormir en su dojo fue una forma de reconectar con esa parte de nuestra historia. Durante
esos días, entrenamos juntos, hablamos de técnica, de filosofía marcial, y recordamos lo
que nos llevó a enamorarnos de este camino.
Alberto tiene una forma muy particular de
enseñar y de moverse; conceptos como el muchimi —esa sensación pegajosa en los
movimientos— o las “manos pesadas” cobran sentido cuando lo ves en acción.
Lo que más me llamó la atención fue su compromiso. No se trata solo de entrenar, sino de
vivir las artes marciales como una forma de vida. Y eso se nota. Hay algo especial en
quienes se dedican por completo a lo que hacen, y Alberto es uno de ellos.
Pensé que sería interesante entrevistarlo. No solo por los viejos tiempos, sino porque su
historia merece ser contada. Aquí va la entrevista. Espero que os resulte tan interesante
como lo fue para mí compartir estos días con él.
Esta publicación es una transcripción de la entrevista que mi amigo Carlos me hizo recientemente. Ambos pensamos que el contenido sería de interés para la comunidad, por lo que hemos decidido compartirlo también en el blog de Goju Ryu Studio.
CR: ¿Cuál es tu origen en el karate y cuáles son tus raíces dentro del arte marcial?
AR: Mi historia con el karate comienza incluso antes de que yo naciera. Mi padre fue
practicante desde los 13 años, alumno de Sensei Andrés Congregado en Talavera de la
Reina, quien a su vez estudió con Sensei Yamashita en Madrid, pionero del Goju Ryu en
España.
Tengo muchísimos recuerdos de infancia entrenando junto a mi padre, practicando cosas
básicas y escuchando sus historias sobre cuando era “joven” y dedicaba cuerpo y alma a
este arte. Para mí, todo aquello era como vivir dentro de una película de artes marciales.
Cada relato me hacía volar la imaginación.
Lamentablemente, mi padre falleció siendo joven (33 años), cuando yo tenía casi 11. Así, lo que
hasta entonces había sido una forma divertida de conectar con él se convirtió en un
propósito: una manera de mantener ese lazo vivo. Por eso le pedí a mi madre que me
inscribiera en el dojo de su antiguo maestro.
Así comenzó mi camino. Entrené durante años, con idas y venidas, nada demasiado serio.
No fui el alumno con más asistencias durante mi adolescencia —lo reconozco—, pero sin
darme cuenta seguí practicando hasta los 27, cuando decidí “dejarlo” para afrontar la vida
adulta.
Ya te adelanto que, al final… no fue así. ¡Jajaja!
CR: ¿Qué similitudes observas entre los distintos estilos de karate como Shotokan, Shito
Ryu, Uechi Ryu, Goju Ryu, entre otros?
AR: Veo muchísimas similitudes, pero también notables diferencias en la práctica del
karate. Algunos estilos han evolucionado más que otros —para bien o para mal— según la
perspectiva desde la que se analicen.
En los comienzos, en Okinawa, se hablaba de tres raíces principales: Naha-te, Shuri-te y
Tomari-te. De estos pueblos surgieron grandes maestros cuyos discípulos investigaron,
combinaron elementos y definieron sus propios estilos. Por ello, cuando se constituyeron las
escuelas con nombre propio, muchos estilos tenían una base compartida. Por ejemplo, el
Naha-te, que vio nacer al Goju Ryu y al Uechi Ryu, se diferenciaba bastante del Shuri-te,
raíz de estilos como el Shorin Ryu o el Shotokan. Sin embargo, el Shito Ryu compartía
elementos de ambos mundos. Pero todo esto lo puede encontrar cualquiera en Wikipedia.
Lo que marca la diferencia hoy día, más que la genealogía técnica, es el objetivo. El karate
puede volverse un laberinto en el que perderse si no se tiene claro el propósito. Hoy existen
múltiples corrientes: deportivas, tradicionales, prácticas, filosóficas… Y el enfoque de cada
dojo influye profundamente en cómo se transmite el arte.
Te pongo un ejemplo de lo que quiero decir: cuando el objetivo principal del karate es la
competición —ya sea de kata o kumite—, cuesta diferenciar el estilo original del practicante.
La competición tiene su propio lenguaje. Al mismo tiempo, en el mundo del karate
tradicional o antiguo, he visto karatekas de linajes muy distintos, como Shorin Ryu o Goju
Ryu, con aplicaciones prácticas casi idénticas. Por eso afirmo que el objetivo de la práctica
moldea el arte para cumplir su función.
Al final, no se trata tanto de estilos, sino de intención. Y eso, creo yo, es aplicable a todas
las artes marciales
CR: ¿Qué te motivó a investigar y a viajar por el mundo?
AR: La vida, como suele decirse, tiene sus propios planes. Me considero un millennial de la
generación perdida, hijo de la crisis del 2008. Fue precisamente esa crisis económica la que
me impulsó a dejar España. En 2012–2013 viajé con mi esposa a Brasil, en lo que, en ese
momento, parecía ser un viaje sin retorno.
Mientras me adaptaba a aquella nueva cultura, decidí inscribirme en algunas actividades
para integrarme mejor. Probé clases de BJJ (Jiu-Jitsu brasileño) y también de Wing Chun,
más por pasar el rato que por un interés profundo. Pero lo cierto es que algo dentro de mí
volvió a encenderse. El Wing Chun, en especial, me resultaba extrañamente familiar… Y
con el tiempo entendí por qué: al investigar las conexiones entre el Goju Ryu y las artes
marciales del sur de China, descubrí que comparten una raíz ancestral. Me intrigó
especialmente el paralelismo entre la forma Siu Nim Tao y Tensho de Goju.
Esa curiosidad me llevó a un vídeo de YouTube donde el maestro Masaji Taira practicaba
Tensho en pareja junto a su alumno, Sensei Paul Enfield. Aquello era Goju en su expresión
más avanzada. Algo que nunca había visto y que respondió a una pregunta que ni sabía
que me hacía: el Goju aún tenía mucho que ofrecer. De hecho, para mí, apenas estaba
empezando.
En 2014, la vida nos volvió a mover. Mi esposa recibió una oportunidad laboral en Mallorca
y decidimos regresar a España. Yo, ya completamente enganchado a las artes marciales,
empecé a pensar que tal vez podía dedicarme a enseñarlas. Más allá de mi formación
universitaria, sentía que el karate me ofrecía un nuevo camino.
A través de foros contacté con la organización del maestro Taira, y pronto se me ofreció la
oportunidad de entrenar en Portugal con uno de sus discípulos. Como yo hablo portugués,
no lo dudé. Eventualmente pedí permiso para ir a Okinawa y entrenar con el maestro, y
gracias a Dios, se me concedió. Luego vinieron seminarios en Europa, incluso viajes
personales a EE. UU, donde pude entrenar con el Sensei Paul Enfield. Para mí, estos
maestros eran como la primera división del Goju Ryu. Tenían algo diferente, algo vivo.
Siempre sentí que el karate tradicional estaba incompleto en cierto aspecto. Teníamos los
katas —esas coreografías marciales cargadas de historia— y el kumite, que a menudo
parecía una pelea deportiva estilo kickboxing. Pero entre ambos faltaba un puente. Por
primera vez, vi cómo el bunkai —la aplicación práctica del kata— podía ir más allá de la
fantasía de un combate sin aplicación real. El maestro Taira y el maestro Enfield mostraban
cómo extraer técnica, eficacia y profundidad directamente de las formas. Ahí entendí que el
verdadero karate no solo estaba vivo, sino que aún tenía mucho por enseñar.
Me volví un empollón. La cosa no era tan sencilla como ir, conocer al sensei y que te
enseñara sus secretos. Esto no funciona así. Tienes que estar muy atento. Tienes que
empatizar con su forma de ver el mundo y, sobre todo, tienes que “robar lo que les hace
especiales”. De alguna manera, todo lo que mostraban —consciente o inconscientemente—
resonaba conmigo. Era como si este arte hubiera estado hecho para mí desde un principio.
Probablemente tenga que agradecer esto a los años de práctica de Junbi Undo y Hojo Undo
con mi sensei, Andrés Congregado, y a la práctica de los principios básicos que ya tenía en Goju desde muy joven.
El Sensei Taira era el maestro del bunkai, único en su especie. Por fin había alguien que
había traducido el kata en aplicación. Y sin embargo, no fue suficiente. Cuando creía que
tenía un bunkai excelente para practicar, y tenía mi camino visualizado, tuve la buena suerte
de cruzarme con diferentes artistas marciales de otras disciplinas que se encargaron de
volverme humilde.
Fíjate, cuando quería poner en práctica muchas de las cosas que había aprendido, no
funcionaban bien. Había un problema. Claro, a los grandes sensei no se les pide que
prueben sus conocimientos. Eso es lo bueno de tener compañeros de entreno —y en mi
opinión, si pueden ser de otras disciplinas, mejor— que no te respeten como a un sensei.
Que te lo pongan difícil.
Tenía las técnicas, pero me faltaba aún comprender las estructuras del cuerpo y los
alineamientos corporales. Me faltaba mucha más costumbre de luchar con resistencia real
para poner en práctica lo que había aprendido. Algo que solo con los años y la experiencia
he podido empezar a conseguir… al menos un poco.
Y acabo diciendo lo mismo que se suele repetir desde hace tiempo en el mundo del Goju
Ryu: “Con los katas Sanchin y Tensho no necesitas más”. Es una verdad a medias, pero yo
he aprendido a luchar a través de las estructuras comprendidas en estos katas. Son las
raíces. Después viene el bunkai…
«….Por fin había alguien (Taira) que había traducido el kata en aplicación. Y sin embargo, no fue suficiente» «
«….Tuve la buena suerte
de cruzarme con diferentes artistas marciales de otras disciplinas que se encargaron de volverme humilde».
CR: ¿Qué diferencias existen entre el estilo Goju Ryu tradicional y el Goju Ryu que tú enseñas?
AR: El propio Sensei Chojun Miyagi, fundador del Goju Ryu, daba gran importancia al
estudio, la exploración y la investigación. Todos en su generación fueron pioneros; no
nacieron dentro de una escuela cerrada. Eran verdaderos investigadores marciales, y
ponían énfasis en adaptar las técnicas tanto al oponente como a uno mismo. Con el paso
de los años, esta esencia se ha ido transformando.
Hoy en día existen dos grandes corrientes, y una tercera más reciente. Me gustaría primero
hablarte de las dos primeras, aclarando que no estoy en contra de ninguna manera de
entender el karate. El ser humano es complejo y rico, y eso se refleja en cada práctica que
realiza. El karate no es la excepción.
La primera es el karate deportivo. Como mencioné antes, en este contexto ya no importa
tanto el estilo de origen. Las federaciones deportivas han homogeneizado mucho la forma
de practicar. Si haces karate como deporte y compites, el estilo deja de ser determinante. Y
es justo reconocer que gracias al karate deportivo, muchas otras ramas del karate han
podido sobrevivir: Hoy en día, miles de personas lo practican, y algunos de esos
practicantes terminan sintiendo curiosidad por sus raíces.
Por otro lado está el karate tradicional. Su objetivo principal no es competir, sino conservar
las enseñanzas de los grandes fundadores o, más bien, de la primera generación de sus
discípulos, —los verdaderos responsables de extender el arte.
(Nota: en el Goju Ryu serían los sensei Yagi, Miyazato, Yamaguchi y Toguchi).
Estos grupos tradicionales son como guardianes del karate que practicaban sus senseis, a menudo reacios a modificar nada.
En muchos casos, son museos vivos del karate. Si quieres practicar karate como se hacía
antes, es tu lugar. Pero también es un arma de doble filo: se pierden cosas con el tiempo.
Se pierden muchos “por qués” con cada generación. Y eso puede llevar a prácticas
desvirtuadas o diluidas, que no tienen ningún sentido hoy en día.
En años recientes, y por influencia de distintas corrientes marciales, ha surgido también el
llamado karate práctico. Este nace como respuesta a la necesidad de no quedar
desactualizados frente a otras disciplinas que desarrollan un carácter más funcional y
aplicable al combate real.
Lo que yo enseño se sitúa entre el karate tradicional y el práctico. A veces lo llamamos
Koryu Karate, o incluso Karate de Autor. Tiene una base muy sólida en el legado tradicional,
con la influencia directa de grandes sensei como los que ya te he mencionado.
Principalmente, todos los maestros que he estudiado vienen de la línea del gran dojo
Jundokan en Naha, Okinawa. Pero, ante todo, conservo la flexibilidad de adaptación a
diferentes contextos, situaciones y oponentes.
En mi opinión, esto se asemeja más al karate que el propio Sensei Miyagi practicaba en su
juventud. Tiene mucho de exploración, de ensayo y error, y de humildad ante lo que no
funciona o lo que aún no se comprende.
El karate es un ente vivo. Lo que yo enseñaba hace diez años no es igual a lo que enseño hoy, ni
será igual a lo que enseñe dentro de otros diez. Pero sí hay un pilar fundamental e
innegociable: todo se basa en las estructuras corporales que estudio en los katas Sanchin y
Tensho, y en las técnicas que descubro dentro de los demás katas. Si no, no sería karate.
Y eso es lo que me asegura que lo que estudio proviene del camino recorrido por
nuestros ancestros, y no es una mera adaptación moderna que intenta imitar las artes
marciales que están de moda.