Son las 10 de la mañana y me acabo de despertar. Aún siento esa pereza habitual que me impide levantarme rápidamente. Nunca he sido una persona de mañanas, siempre he preferido las tardes. Desde la universidad, me adapté al turno de tarde, y ahora tengo la suerte de dirigir mi propia escuela de karate, que también funciona en horario vespertino.

Mi rutina diaria refleja esta inclinación: las tardes son para el ejercicio físico y el negocio, mientras que las mañanas las dedico a la meditación y a eliminar todo el ruido externo e interno. Me tomo las cosas con calma. Hago unos estiramientos suaves, me preparo un café y disfruto de un momento de tranquilidad. A veces leo un poco, y si me apetece dormir más, no me lo pienso dos veces. Me permito disfrutar de los sonidos cotidianos en silencio, como el ventilador oscilando en el calor de agosto.

En esta época del año, muchos amigos y familiares me visitan en Mallorca. Todos parecen compartir un sentimiento común cuando me hablan: «Alberto, quiero ir a verte. Estoy estresado/a y estar contigo me da mucha paz». Yo siempre respondo con un entusiasta «¡Por supuesto!» Ellos me ven como alguien tranquilo, que no se deja llevar por el estrés, y buscan experimentar un poco de esa calma. Pero siempre sé lo que ocurrirá cuando lleguen: no podrán evitar llenarse de actividades.

Voy a aprovechar este espacio para recomendaros un libro que realmente me abrió los ojos y me ayudó a superar la sensación de culpabilidad por no querer seguir las pautas marcadas por quien quiera que sea «todo el mundo». Se llama Elogio de la Lentitud de Carl Honoré, un relato que te enseña qué es realmente el Slow Life.

¿Qué es el Slow Life?

El «Slow Life» es un movimiento que invita a desacelerar el ritmo de vida para reconectar con lo esencial. En lugar de seguir el ritmo frenético de la sociedad moderna, que nos empuja a ser siempre más rápidos y productivos, el «Slow Life» nos anima a vivir de manera más consciente y presente.

No se trata de hacer las cosas lentamente por el simple hecho de ir despacio, sino de darle prioridad a la calidad sobre la cantidad. Es tomarse el tiempo necesario para disfrutar de una comida, para estar en silencio, para caminar sin prisas, para meditar o simplemente para no hacer nada. Es encontrar un equilibrio entre las obligaciones y el disfrute, sin sentir culpa por tomarse un respiro.

En el karate, como en la vida, el «Slow Life» puede verse reflejado en la importancia de la concentración y la calma interior. La velocidad y la fuerza son útiles en combate, pero sin una mente tranquila y enfocada, esos atributos pierden su eficacia. De la misma manera, en la vida cotidiana, hacer más no siempre significa hacerlo mejor. A veces, la clave está en hacer menos, pero con mayor propósito y atención.

Volviendo a mi relato, cuando mis amigos y familiares llegan, parece que el tiempo no les alcanza. Sienten la necesidad de ir a la playa, de aprovechar al máximo cada segundo, incluso si eso significa soportar un tráfico intenso bajo el sol abrasador de agosto y hacer colas interminables para llegar a una playa abarrotada como Es Trenc. Y después, una vez de regreso en casa, tras ducharse y tratar las quemaduras del sol, corren para prepararse y salir a cenar a un restaurante que seguramente también estará abarrotado… porque, claro, seguimos en agosto. Las fotos de Instagram muestran una playa perfecta, cenas en lugares exclusivos, tranquilidad y calidad de vida. Pero la realidad es otra.

Uno de mis grandes amigos, en una de estas visitas, me preguntó: «¿Qué planes tenemos mañana?» A lo que respondí: «Haz lo que te apetezca según te levantes, y a la hora que te levantes.» Su respuesta fue inmediata: «Eso es perder el tiempo. El tiempo es dinero.» Y es que eso es lo que nos han enseñado: si no estás haciendo algo productivo, incluso en tu tiempo libre, estás perdiendo el tiempo.

Les ofrezco el coche y los dejo ir a producir esas imágenes perfectas para Instagram, mientras yo me quedo en casa, tranquilo, disfrutando del momento. Les invito a quedarse si quieren, o a ir si lo prefieren. Pero al final, cuando regresan a la península, me queda la sensación de que se van más cansados de lo que llegaron. Aunque el cambio de lugar les hace bien, se dan cuenta de que no es fácil reprogramar la mente para aprender a vivir más despacio.

Horror vacui en el arte y en la vida cotidiana

«Horror vacui» es un término en latín que significa «miedo al vacío». En el ámbito del arte, se utiliza para describir la tendencia a llenar todos los espacios en una obra con detalles, patrones o elementos decorativos. Este fenómeno es especialmente visible en ciertas culturas y estilos artísticos, como en el arte islámico, donde la complejidad y la abundancia de patrones geométricos cubren casi todas las superficies. La idea detrás del horror vacui es que un espacio vacío se percibe como algo incompleto o incómodo, y por lo tanto, debe ser llenado.

Este concepto se puede extrapolar a la vida cotidiana. De la misma manera que en el arte se busca llenar cada espacio, muchas personas sienten la necesidad de llenar su tiempo con actividades, compromisos y distracciones constantes. Este «miedo al vacío» se manifiesta en la incapacidad de estar en silencio, de no hacer nada o de simplemente «ser». Es un reflejo del temor a enfrentar el vacío, tanto externo como interno, y es una de las razones por las que muchas personas se sienten incómodas cuando no están ocupadas.

Y perpetuamos estos fantasmas en nuestros hijos, llenando sus días con karate, tenis, natación, ajedrez, inglés, música y un sinfín de actividades. No hay tiempo para simplemente «ser», solo para «hacer».

Recuerdo que una vez mi sensei dijo: «Solo desde la quietud se puede apreciar el movimiento.» Lo dijo en el dojo porque yo solía combatir sin moverme mucho, mientras mis compañeros se mantenían saltando constantemente. Adivina quién podía anticiparse mejor.

En conclusión, creo que la clave está en encontrar momentos de calma y espacio en medio de nuestras obligaciones. No se trata de evadir responsabilidades, sino de aprender a diferenciar entre lo que es verdaderamente importante y lo que simplemente llena el vacío. Al final, la vida no se mide por la cantidad de actividades que hacemos, sino por la calidad de los momentos que vivimos. Darnos permiso para desconectar, reflexionar y estar en paz con nosotros mismos es lo que realmente nos permite crecer y disfrutar del presente. Porque solo cuando aprendemos a estar en calma podemos realmente apreciar el movimiento de la vida.